Subiendo hacia las nubes











































Al final nos conveció para acompañarle a la montaña.
Nos había avisado de qué necesitariamos y nos aconsejó que
no nos pasasemos con el peso.
A los diez minutos de cargar con la mochila empecé
a pensar que me sobraban la mayoría de las
cosas : las botas de repuesto, varios pares
de calcetines, el poncho impermeable, los tres litros
de bebida isotónica, la bolsa de medio kilo de higos secos,
y no sé cuantas cosas más.
Tardamos dos horas y media en llegar al refugio. Allí dejamos
las mochilas e iniciamos la verdadera marcha, ya con lo necesario.
Queriamos llegar a un pico que estaba a tres horas de marcha.
A las dos horas yo renuncié a seguir y me quedé a esperarles.
Aunque inicialmente la ascensión era fácil, me contaron que la
dificultad se encontraba en la sensación de vacío que se producía
según ibas llegando a la cima.
Mientras les esperaba me dediqué a hacer fotos y casi subí una
más pequeña.
Pero esa sensación de vacío ( de poder caer a él) me hizo desistir.
Ya llegaba con un paso muy estrecho que debería volver a pasar
para regresar al refugio.
La vista desde allí me contaron que era espectacular.
La bajada era mucho más dificil.
Cuando regresaban se encontraron con un padre y su hijo.
El padre tení 65 años y el hijo
no llegaba a los 30. Habían subido andando desde
donde nosotros habíamos montado al bus
(sobre tres horas más de lo que habiamos andado
nosotros para llegar hasta el refugio) y
pensaban bajar ese mismo día de regreso.
Al más joven le había dado una pájara por el
camino.

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