Piel de papel


Estabamos una noche hablando sobre libros, historias y las posibilidades del ser humano cuando A nos contó ésta :


Su piel, poco a poco se fue volviendo frágil, quebradiza , con un tacto de papel.
La extraña enfermedad (como para querer protegerle de cualquier rozadura accidental) le limitó paulativamente cualquier posibilidad de movimiento.
Esa suave envoltura apenas lograba contenerle, todo él era un universo pleno, un big bang en posible expansión.
Allí, postrado en su cama. Los días, las horas..el tiempo o las ganas de comunicarse fueron estableciendo una rara conexión entre todo su interior y ese ligero papel que le rodeaba.
Al principio sólo fue capaz de realizar pequeñas marcas (utilizando como lápiz venillas, tendones o músculos atrofiados, coordinados adecuadamente con una fuerte dosis de introspección).
El reloj hizo el resto. Al cabo de unos años fue capaz de crear palabras, frases, historias, poemas...
Sus palabras pasaron de la piel al papel y de éste a los libros.
Ella pasaba por allí, presentaba un libro. Cuando estaba delante del hospital no lo pudo evitar, y aunque no le conocía personalmente decidió visitarle. Él creía conocerla de siempre, desde que las enfermeras ( en los momentos más duros ) le distraían haciendo turnos para leerle una u otra novela de ella.
Hablaron, rieron, recitaron, soñaron...
Los médicos entraron y avisaron: -Se acabó la visita
Ella se acercó a él.

No quiso decir nada, a pesar de que un pequeño roce acabaría con él.
Ella le besó.
Él escribió gracias.

Cuentanos una historia

Hasta ahora no había dado importancia a algo que ocurría con frecuencia cuando veíamos a A. Pero de repente, casi por accidente y ante una pregunta me llevé una sorpresa. A veces nos contaba historias, pensaba que las habría escuchado o leido. Le pregunté por una de ellas y me dijo: - ¿Cómo que de donde salen?
-Si, quien te las contó .
- De aquí (dijo señalando su cabeza).Surgen sin más.
Estas historias forman por tanto también parte de A.

Subiendo hacia las nubes











































Al final nos conveció para acompañarle a la montaña.
Nos había avisado de qué necesitariamos y nos aconsejó que
no nos pasasemos con el peso.
A los diez minutos de cargar con la mochila empecé
a pensar que me sobraban la mayoría de las
cosas : las botas de repuesto, varios pares
de calcetines, el poncho impermeable, los tres litros
de bebida isotónica, la bolsa de medio kilo de higos secos,
y no sé cuantas cosas más.
Tardamos dos horas y media en llegar al refugio. Allí dejamos
las mochilas e iniciamos la verdadera marcha, ya con lo necesario.
Queriamos llegar a un pico que estaba a tres horas de marcha.
A las dos horas yo renuncié a seguir y me quedé a esperarles.
Aunque inicialmente la ascensión era fácil, me contaron que la
dificultad se encontraba en la sensación de vacío que se producía
según ibas llegando a la cima.
Mientras les esperaba me dediqué a hacer fotos y casi subí una
más pequeña.
Pero esa sensación de vacío ( de poder caer a él) me hizo desistir.
Ya llegaba con un paso muy estrecho que debería volver a pasar
para regresar al refugio.
La vista desde allí me contaron que era espectacular.
La bajada era mucho más dificil.
Cuando regresaban se encontraron con un padre y su hijo.
El padre tení 65 años y el hijo
no llegaba a los 30. Habían subido andando desde
donde nosotros habíamos montado al bus
(sobre tres horas más de lo que habiamos andado
nosotros para llegar hasta el refugio) y
pensaban bajar ese mismo día de regreso.
Al más joven le había dado una pájara por el
camino.